Del señor Alfred Hitchcock, 30 años después de su muerte, se dicen cosas buenas y malas. Sin embargo, se le recuerda de una sola forma posible en nuestro ser, como el rey del suspense, el maestro del cine, como el humano crítico y contrastado, como el hombre que sabía demasiado.
Para conocer al sir Alfred (a mi parecer) hay dos formas. Una de ellas es viendo Vértigo (y sus demás largometrajes) y otra es leyendo “El cine según Hitchcock” escrito por el cineasta François Truffaut.
Una teoría asegura que Hitchcock fue un director genial hasta que Truffaut lo sugestionó en que todo en su obra guardaba relación. Le atribuyó a su cine una marca registrada, un universo con sello intransferible. A partir de ello, afirma William Goldman, la expresividad de Alfred se amaneró y empezó a hacer cine pensando en la opinión de los críticos.
Y así como Truffaut fue el supuesto responsable de esta transformación, él mismo, con la publicación del libro “El cine según Hitchcock”, logró que los críticos americanos le tomen más atención al trabajo de Hitchcock y que los cinéfilos más jóvenes adopten definitivamente su cine, sin verse obligados por su éxito, por su riqueza o por su celebridad.
“El cine según Hitchcock” es el soporte de una larga entrevista de cincuenta horas realizada a partir de un 13 de agosto (cumpleaños de Alfred) de nueve de la mañana a seis de la tarde (día tras día) en el despacho en el Studio Universal del director junto a Truffaut y Helen Scott.
Todas las respuestas que están en el libro giran en torno al nacimiento de cada una de sus películas (cronológicamente), a la elaboración y construcción del guión, a los problemas de la puesta en escena, a la estimación personal del resultado comercial y artístico y a sus propias esperanzas.
En el prólogo se dice, “Al principio, Alfred Hitchcock, se mostró anecdótico y divertido, pero a partir del tercer día se reveló más grave, sincero y profundamente autocrítico, describiendo minuciosamente su carrera, sus rachas de suerte y de desgracia, sus dificultades, sus búsquedas, sus dudas, sus esperanzas y sus esfuerzos.
Poco a poco fui comprobando el contraste existente entre el hombre público, seguro de sí mismo, deliberadamente cínico, y la que me parecía ser su verdadera naturaleza: la de un hombre vulnerable, sensible y emotivo, que siente profunda y físicamente las sensaciones que desea comunicar a su público.
Este hombre, que ha filmado mejor que nadie el miedo, es a su vez un miedoso, y supongo que su éxito está estrechamente relacionado con este rasgo caracterológico”.
Pues sí, Hitchcock no se equivocó en su propósito y dio al público lo que ambos buscaban, historias llenas de tensiones, preocupaciones, admiraciones y sensaciones. Y de este modo hay que recordar al hombre que sabía demasiado, sintiendo sus temores, sintiendo su cine.